Background

La decisión de no ser madre, para siempre

Esta es la historia de una mujer que compartió su experiencia al tomar la decisión de ser mujer de otra manera, algo que decidió desde muy pequeña, una historia para reflexionar.

La decisión de no ser madre, para siempreLa decisión de no ser madre, para siempre

Francy Uribe es colombiana y sabía desde los 9 años que no quería tener hijos. A los 30 años se hizo una ligadura de trompas justo antes de irse a vivir con su novio para evitar que este tratara de convencerla de ser madre, como en efecto sucedió. Francy se siente feliz con su opción de vida: decidió ser mujer “de otra forma” y no se dejó afectar por las presiones.

“El franchute casi que no espera a bajarse del avión. Aterrizó con una noticia mortífera: quería terminar la relación de casi cuatro años, no sabía cómo decirlo, pero el meollo del asunto era que yo no quería tener hijos y él sí. Esa fue la primera vez en la que me estrellé de frente con la decisión más importante que he tomado hasta ahora: esterilizarme sin ser mamá, como quien dice, cerré la fábrica antes de estrenarla”.

Nací en una finca cafetera y desde que tengo uso de razón, mi papá nos decía que si queríamos comer y estudiar, teníamos que trabajar fuerte; éramos tres hermanas entre las que nos repartíamos el trabajo de la cocina, los menesteres del hogar y hasta colaborábamos en el proceso del café.

También éramos protagonistas de las innumerables peleas entre mis padres, el sometimiento de mi mamá a los mandatos del hombre de la casa, la resignación de ella para soportar la mala vida sólo porque nos tenía a nosotras, y otros varios eventos que se convirtieron en nuestra cotidianidad. Era bastante para una mente de nueve años. Pero al mismo tiempo, en los instantes en los que mi papá era más humano, la mejor parte me la llevaba yo: pasábamos horas leyendo sobre la segunda guerra mundial o las historias del Reader’s Digest, la revista que colecciona hasta el sol de hoy. Amaba esas horas de lucidez en los que me permeaba con datos de cultura general y me mostraba el mundo a través de las letras y las imágenes.

Tanta fue la influencia que mi papá ejerció sobre mí, que un día mientras él conducía le di a conocer las dos decisiones que me han marcado hasta hoy: quiero ser periodista y no quiero tener hijos. En mis cortos análisis, me había dado cuenta que en esa profesión los que trabajaban en la televisión viajaban mucho alrededor del mundo, a esos lugares de los que leíamos, y que para poder hacer eso, indudablemente había que estar solo.

A los 16 años me fui de Pitalito, el pequeño pueblo donde nací. Me instalé en Neiva, una ciudad mediana. Ahí asistí a la universidad pública para estudiar Comunicación Social y Periodismo. En ese lugar el mundo se me presentó a sus anchas. Empecé a organizar mis ideas y a encontrar gente, que como yo, teníamos una ideología, una forma de vivir la vida, que no queríamos hijos porque nuestro deseo era terminar rápido los estudios para irnos de viaje y hacer todo eso que siempre había sido esquivo a nuestros presupuestos.

Dos años más tarde dejé de ver a mi padre, y con esa ausencia se fue la ayuda económica. Me convertí en artesana. Hacía aretes, collares y todo tipo de atavíos en semillas y tejidos, y con esos artículos sostenía los gastos de mis estudios. Tuve una relación, quedé embarazada y sin dudarlo ni un solo instante aborté. En medio de las vicisitudes se fueron haciendo más fuertes las ideas de niña.

Cuando terminé la carrera también terminé las aspiraciones en la ciudad caliente, y mi mente soñó con la capital: Bogotá. Y allá llegué. Encontré un trabajo como asesora de comunicaciones en el Departamento para la Prosperidad Social. Empecé a viajar sin parar, cada semana conocía un nuevo lugar de Colombia. Al tiempo, con el dinero que ahorraba me proponía un nuevo destino al exterior, y así fui sumando países a mi lista, en un año llegué a salir siete veces. Estaba en mi salsa, era ese momento justo en el que la mente, los deseos y el destino se han alineado para materializar todo lo que se sueña.

Mientras tanto, mis amigas y compañeras de trabajo empezaron a formalizar sus relaciones y de vez en cuando alguna de ellas fue teniendo hijos. Las conversaciones sobre la maternidad y la crianza se hicieron más frecuentes y en algún momento fastidiosas. La pregunta “Francy, y tú para cuándo”, salió a relucir varias veces y mi mortal “no quiero tener hijos nunca”, era el arma que les sacaba la típica frase “ya se te activará el chip”.

notas

Y en un día de esos conocí al franchute. Lo que inició como una aventura, se convirtió en una intensa relación que rápidamente se consolidó hasta que acordamos vivir en otro país que por cosas del destino fue Chile.

Así que antes de iniciar mi nuevo viaje, le dije: “bueno usted sabe que yo no quiero tener hijos, así que antes de que nos vayamos, me voy a operar para no tenerlos”. No fue una consulta, sólo le informé de mi decisión.

Ya había pasado por una situación crítica durante la universidad, y sabía que esa nueva vida estaría llena de dificultades que podrían hacer flaquear mi opción, así que no quería dejar ni un cabo suelto. Él, por su parte, no opuso ninguna resistencia.

Las mujeres no me juzgaron

Unos meses atrás había consultado con Profamilia, una entidad colombiana especializada en salud sexual y reproductiva, y uno de los servicios que ofrecía era la esterilización para las mujeres sin importar que éstas no tuvieran hijos. Había llegado el momento en el que tenía que ser coherente con mi forma de pensar, en el que tenía que materializar la idea. La cosa era sencilla: un día antes, el médico hacía un chequeo del útero para comprobar que estaba en buenas condiciones de salud y autorizaba la cirugía para el día siguiente a las 6:00 a.m.

Ahí figuraba, al lado de otras nueve mujeres, en bata de cirugía y con el suero en la vena en una pequeña sala de espera que rápidamente fue amenizada por el cotorreo que ayuda a calmar los nervios. Una a una empezó a relatar la razón del por qué estaban ahí: una tenía dos hijos y 24 años, ya era suficiente para ella; otra había ido a escondidas de su esposo porque él quería más hijos a pesar de los cuatro que ya tenían; otra pasaba de los 40 años y le parecía justo y necesario cerrar su etapa de reproducción porque no se veía nuevamente embarazada. Hasta que me llegó el turno para hablar: “yo no tengo hijos”, sus reacciones, contrario a lo que esperaba, fueron de apoyo total; unas me felicitaron mientras que otras destacaron mi fortaleza, pero ninguna me juzgó o sentenció el arrepentimiento.

A los cinco días empaqué mi vida en tres maletas y me vine a Chile. El primer año fue muy duro porque estuvo lleno de depresiones, angustias por no encontrar trabajo, ausencia de dinero y frustraciones, una situación que contrastaba con la del franchute. En medio de todo eso, el amor trataba de mantener la estabilidad que yo había perdido por completo. Juntos enfrentamos la soledad y los dolores propios de quienes dejan su país, y a él se le despertó el instinto paternal, empezó a soñar con un hijo, incluso a ponerle un nombre y a imaginarlo corriendo por la parcela en la que vivíamos. Algún día me propuso adoptar un niño, confieso que lo alcancé a dudar y que durante unos meses la idea me rondó por la cabeza, pero las convicciones de toda la vida le ganaron a esa pequeña posibilidad. Y así empezó el principio del fin.

Logré encontrar un trabajo estable. Él por su parte, siguió alimentando la idea de ser papá y la relación se convirtió en una pesadilla, cualquier discusión terminaba con fuertes reclamos a mi decisión de vida. Mientras él peleaba, mi cerebro me decía: “usted eligió ser mujer de otra forma, no se deje afectar”. Y en esa lucha se convirtió mi último año de relación.

Sin arrepentimiento

mujerdec

Finalmente, él tuvo que ir a Francia a pasar una temporada, y a su regreso me sentenció con varias frases: “mi mamá está sola y me ha dicho que si tengo un hijo se viene a vivir a Chile”, “es muy fuerte que tú no quieras hijos porque ya no le veo futuro a la relación”……y antes de que continuara le puse las palabras con las que debió iniciar: “terminemos”.

Esta vez la vida ya era mucho más que tres maletas. Empaqué los sentimientos, un corazón arrugado y lleno de dolor, dejé cuatro gatos y la parcela en la que con mis propias manos planté más de 100 árboles, y otro montón de cosas que sólo el tiempo sabe curar.

Hoy, casi seis meses después, puedo decir que sobreviví a la “tuza”, es decir, a la ruptura amorosa, que he podido llevar el duelo con dignidad y, lo más importante, que soy feliz con la opción de vida que escogí. Del franchute he recibido varios emails, en el último me pedía vernos para saber de nuestras vidas, pero también era muy certero: “que quede claro que la relación se acabó porque tú no quisiste tener hijos”. No quise volver a verlo y ahí se cerró ese capítulo.

Me miro al espejo y me siento bella, llena de energía, sexy, y sobre todo, feliz de saber que las mujeres tenemos múltiples formas de ser y estar en el mundo y que fui capaz de escoger y mantenerme en una de esas opciones. Me encanta decir con toda la fuerza de mi corazón que no quiero hijos y que me operé para no tenerlos, eso frena la fastidiosa respuesta de “el chip se te va a despertar”. Me encanta ser la tía loca que mis sobrinos llaman y escriben para conocer de sus aventuras. Pero ojo, también me caen bien las mujeres que decidieron tener hijos, admiro su valentía y para ellas tengo mi admiración y respeto total porque también tomaron una opción de vida.

Tomado de Univisión

Encuentra más de:

Sobre el autor

Uriel Ardila

Redactor Vibra.

Contacto:

Más contenidos del autor

0%
¿Quieres recibir notificaciones Vibra? Si No