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Cómo “los planes de la vida” arruinaron mi boda (Testimonio)

Una amiga anónima de Vibra nos confiesa cómo los planes de la vida arruinaron sus planes del día más importante de su vida.

Cómo “los planes de la vida” arruinaron mi boda (Testimonio)Cómo “los planes de la vida” arruinaron mi boda (Testimonio)

“Tus planes. Los planes de la vida para ti”. Hemos visto esta frase una y otra vez en cursis posteos de Facebook, generalmente ilustrados con una mala copia de Mafalda u otro personaje que seguramente no ha cedido sus derechos; pero no es cuento, ocurre. A mí me pasó, les voy a contar.

Mis planes:

Como toda mujer, soñaba con tener una boda a lo cuento de hadas. Esperaba que mi novio pidiera mi mano a nuestros respectivos padres con un anillo de compromiso y que luego ellos nos ayudaran a elegir una fecha en la que sacarían la casa por la ventana.

Me imaginaba un vestido blanco divino y un novio vestido como pingüino. También soñaba con que ese día nos intercambiaríamos argollas rodeados de toda nuestras familias, en un salón adornado con globos plateados y con una banda de rock de los 80.
Deseaba salir directamente de la recepción a una luna de miel en Disney o Hollywood, o si no nos alcanzaba, en donde fuera. Pero parece que la felicidad de los matrimonios es inversamente proporcional a su boda, porque por fortuna hemos sido muy felices.


Los planes de la vida para mí:

La primera decepción fue descubrir que ya nadie pedía la mano. La segunda, que tampoco se usa eso del anillo de compromiso a menos que seas una estrella de rock o una celebridad. Así que no tendría anillo de compromiso… Bueno, ¿qué más podría salir mal? Que tal, tampoco tener argollas de matrimonio…

¿Cómo ocurrió eso? Cuando les contamos a nuestros padres nuestras intenciones, ellos nos felicitaron… Y ya. No ofrecieron su ayuda en absoluto, ni siquiera preguntaron por fechas, vestido o viaje. Nada. Comprendimos que asistirían a la ceremonia como unos invitados más. Tuve que armar una red de apoyo con mis tías, tíos y primas, y cada uno llevó algo: champaña, ponqué, sillas. Ni pensar en viaje.

La recepción fue en nuestro apartamento (ya llevábamos viviendo juntos un par de años). Mi mamá lo decoró, mi papá llevó un arroz atollado y mi hermana me regaló un vestido que pudiera usar luego en la oficina. No era lo que había planeado, pero no estuvo mal. Nos dijimos que compraríamos las argollas luego, cuando tuviéramos el dinero… 3 años después seguimos con los dedos desnudos. ¡Y sin luna de miel!

En perspectiva poco importó no tener anillo, argolla, recepción ni luna de miel, no… Lo que hizo que el día más importante de mi vida rayara en el desastre fue cómo terminó. Luego de que todos los familiares se fueran, nos quedamos en nuestro apartamento con los amigos más cercanos de mi esposo, charlando alrededor de unas cervezas.

Aún no sé muy bien cómo, pero mi amado salió corriendo de un momento a otro hacia el pasillo que conducía a las habitaciones y se desplomó allí, en el frío piso. Yo iba tras él y cuando lo alcancé lo encontré tendido en el piso, sobre un charco de sangre que se agrandaba bajo su quieto cuerpo. “Me quedé viuda”, pensé.

Pero no. En unos pocos minutos recobró el conocimiento. En media hora ya estábamos sentados en urgencias, con nuestros trajes de bodas ensangrentados. No sé cómo no se le rompió ni un hueso de la nariz (¿de dónde salió tanta sangre?). Aparentemente, la cerveza se le había ido por el camino viejo y por poco lo había ahogado.

Esa noche, posteamos una foto de él con la cara raspada y morada. “Estado civil: cascado”, decía. La borramos cuando recobramos la cordura.

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