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La cotidianidad de la calle

Durante semanas he observado qué hacemos las personas mientras estamos en la calle, mientras nos dirigimos a nuestros trabajos, durante el tiempo que estamos en el transporte urbano y privado; la respuesta es aterradora.

La cotidianidad de la calleLa cotidianidad de la calle

Nos ha invadido un ser que no es de nuestra raza, tampoco es extraterrestre, son los Smartphone. Desde los niños hasta los abuelos estamos siendo secuestrados por estos seres que parece que tienen un método de persuasión, que ni los espías rusos lograron desarrollar en los mejores momentos de la KGB. Conducen hablando por ellos sin manos libres, escuchan música en decibeles tan altos que hasta los vecinos escuchamos la parranda personal, los dedos gordos ya no están tan gordos de tanto chatear y son los mejores amigos de entretención en los frecuentes embotellamientos capitalinos.

Ahora, en el transporte público, todo el que tenga una cana o una arruguita es persona de la tercera edad y miran como si fuera obligación ceder una silla para que a sus cuarenta y tantos no estén de pie; pero cuando realmente llega un abuelito o persona de tercera edad miran ofendidos porque otra persona no les da la silla en vez de ceder la que están utilizando. Según la SuperIntendencia de Servicios Públicos, que es la encargada de velar y regir normas para el beneficio de estas personas, la tercera edad empieza a los 67 años.

Algo que no hemos podido superar desde que tengo uso de razón es la falta de higiene personal de algunas personas. Que día, que me embutí en un Transmi, cuando llegamos a la estación de Pepe Sierra se subió un personaje que cada vez que el articulado frenaba exhalaba un apestoso olor, y no precisamente por la nariz. Además de que no se bañan, se aplican unas lociones que combinadas con la falta de higiene son una bomba tóxica; a eso súmele el hecho de que nos molesta abrir las ventanas para que circulen los olores y los virus.

Ahora en el tráfico se ve una oleada de motos y bicis que salen de la nada, no respetan peatón, carro, camión, ni bus, es más, a veces son más temerarios que nuestros amigos amarillitos. Las bicis eléctricas se meten por todos lados, igual que las motos y creen que porque son pequeñas pueden meterse por cualquier parte y que es obligación darles paso hasta para parquearse en las aceras. No estoy diciendo que todos, pero la mayoría son como diría mi abuelo “una lápida andante”.


Por otro lado la mendicidad con valores agregados como niños o enfermos, cual imágenes de Facebook, invadieron los buses, Transmilenios, semáforos, calles y establecimientos. Tienen unos alcances que uno ya no se puede sentar adentro tranquilo (mucho menos afuera) a comer o tomarse algo, porque alguien llega con toda la intención de hacerte sentir culpable porque tú puedes tomar o comer algo en ese sitio y ellos no. Lo peor es cuando tú varías y coges una ruta diferente, y te topas con algún personaje de estos al que antes le habías escuchado un cuento, pero ahora es otra radionovela de esas de Corín Tellado; después de esto ya no te mueve el corazón nada porque ya no sabes qué es cierto y qué es falso. Apuesto a que el 99% es falso; es que es un buen negocio, sin cumplir horario, ni jerarquías y además sin pagar nada a la DIAN o a la UGPP.

Otra combinación perfecta son las nuevas generaciones que ahora tienen unas modas que uno no sabe sin son desplazados, de la calle del cartucho, indigentes o muchachos bien, porque se pintan, fuman maracachama, hartan como si las licoreras se fueran acabar, se visten, se expresan… Además de que se creen los dueños del mundo con derecho a sentarse en las escaleras, fuelles y cualquier corredor para la comodidad de ellos y los demás que se jodan. Atrévete a solicitar que se acomoden de acuerdo al lugar, te expones a una levantada de padre y señor Dios nuestro.

Para cerrar el exhaustivo análisis a nuestra cotidianidad no puede quedar por fuera el acelere que todas las personas tenemos en llegar a cualquier lugar y a cualquier hora, siempre vamos tarde, o si no, cuántas personas en el Transmilenio no hacen fila, pero cuando llega el bus son los primeros en empujar a todo el mundo con tal de entrar primero. Me río de los que tienen el descaro, además, de reservar o cuidar una silla, como si eso fuera cine o un restaurante. “Les comento, el mismo derecho que tienes tú de sentarte lo tengo yo, por lo tanto si yo llego primero tengo todo el derecho de sentarme”. Eso sin contar que no respetan niños, ancianos, mujeres embarazadas o personas operadas o con alguna discapacidad. Pero tranquilos, en las calles ocurre lo mismo, si no, fíjense en horas pico cómo la gente se pelea por un servicio de taxi, no somos capaces de ceder ante nada, somos egoísta por cultura y prima la ley del más avispado. Si no, fijémonos lo que pasa con los carros en un trancón, no somos capaces de ceder el paso porque nuestro tiempo es más importante que el de los demás y nos metemos en cualquier huequito que se vea, cual motociclista, sin que nos importe cerrar o maltratar al otro vehículo.

Como lo leí en el Blog de Omar Gamboa, nuestro problema no es la burocracia, ni la falta de oportunidades, ni la economía, ni la falta de educación, ni los políticos corruptos, etc. Nuestro problema es nuestra cultura del YO. YO primero, YO quiero, YO puedo, YO soy, YO importo, YO soy el todo, etc. Mientras sigamos pensando como individuo y no como comunidad estamos condenados a seguir siendo una cultura subdesarrollada y fracasada.

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